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Mostrando las entradas de octubre, 2018

Pichi.

La luz tenue y  discreta  del anuncio en letras delgadas, la banqueta limpia y el ambiente no tan hostil de la calle le hicieron decidirse a pasar la noche allí mismo, además ya estaba muy cansado, ya no le quedaba energía,  había caminado todo el día y aun así había conseguido poca comida, el estómago le dolía por el hambre y los huesos por la vejez, había esquivado muchos autos y patadas de algunos malhumorados hombres y mujeres y solo uno que otro niño le había regalado alguna sonrisa, y una niña hasta le regaló un poco de helado, frío y dulce, el viejo del gorro negro y el abrigo gris que siempre hablaba solo en el parque le tiró unos cacahuates ya pelados también, ‘’Pichi’’ solo le miró y pensó; viejo tonto,¿No te das cuenta que los dientes ya no me sirven para masticarlos? Aunque la noche era fría, increíblemente al acurrucarse contra la pared consiguió un poco de calor. Pichi estaba cansado, hambriento, débil y adolorido, pero no se durmió rápido, a su mente volvieron como cad
EL REGRESO El tiempo había jugado tanto con el rostro de la mujer que le había hecho un montón de surcos en la piel que antes brillaba como luz nueva, los ojos lucían cansados y ausentes, y el cabello se le había empezado a pintar con  el blanco de tantos inviernos que había tenido que soportar, el frío de las noches interminables y de la soledad inmerecida terminó  por encorvarle un poco la figura y doblegarle  mucho el alma. En cambio a él, el tiempo le había ignorado por completo, como si nunca hubiera sido parte de este mundo, tal vez porque nunca se quedó quieto en ningún lugar, siempre estuvo vagando como si lo persiguieran los demonios de un destino que él nunca quiso aceptar, siempre había vivido huyendo de lo que no entendía, los días  se le habían deslizado por las manos sin dejar huella alguna, pero nunca había olvidado a esa mujer que tanto le había dado, y siempre había procurado marcar con migas de pan el camino de vuelta y rezado para que las palomas del tiempo no se las

Siervo de Dios.

La iglesia lucía más limpia que nunca aquel domingo por la mañana. Baldomero Mejía, el enorme hombre que fungía como pastor de la congregación  de aquel pueblo, saludaba con sonrisa contagiosa a cada una de las ovejas de su rebaño, cuando tocó el turno a la aún guapa viuda doña Valeria Rosas, esta se desbordaba de felicidad mientras abrazaba fervorosamente a su pastor, tan emocionada estaba que no se dio cuenta que su nieta Estrellita, una nena de seis años, se aferraba con desesperación a su falda, y temblaba como una hoja de árbol ante el embate inmisericorde de una poderosa tempestad, sus ojos se abrieron escandalosamente en una clara señal de pavor, cuando notó que el pastor ahora se dirigía a ella, y en el momento que el hombre posó su tosca mano sobre su cabeza, Estrellita simplemente ya no soportó más, y una delicada línea líquida empezó a escurrir por sus piernas, mojando su ropa interior, sus zapatos y hasta el suelo que pisaba y hasta se hubiera desmayado de no ser porque la

Sin constanza

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  Mientras los raviolis saltaban molestos y casi deshechos en el agua hirviente, la salsa de tomate se secaba sin remedio en el sartén caliente, en el televisor unas voces lejanas se empeñaban en poner un poco de emoción a un partido de futbol sumamente aburrido. Matías se marchitaba en su sillón favorito, la barba crecida de días era la última prueba de vida en él, la cocina extrañaba a Constanza y la sala aún guardaba su perfume como un tesoro especial, aunque añoraba sus pasos ágiles e incansables mientras insistía en ordenar todo en aquella casa de dos. Ahora solo era de uno. Matías ya había agotado todas sus lágrimas, había regado muchas sobre la tumba fresca de Constanza. Cuando él volvió  a su refugio de su siempre cómoda  existencia  y a su rutina, el cielo siguió llorando sobre aquella tumba reciente. Él había vuelto a casa después del entierro y por costumbre había puesto los raviolis congelados en agua caliente y a calentar la salsa de tomate en un sartén, encendi

Azar mortal.

Las dilatadas pupilas en lo ojos azules de Mark denotaban la desesperante ansiedad que lo consumía por completo, a su lado un cenicero totalmente lleno de colillas y cenizas de cigarros, gritaban que la noche había sido larga, su mano derecha tiraba de manera automática de la palanca  de la máquina traga  monedas, el casino estaba lleno como siempre, a pesar que la madrugada estaba por terminar, pronto saldría el sol en el norte de Nevada y se filtraría en sus bosques encantadoramente verdes y hermosos, pero sobre todo aquel sol nuevo descubriría  una vez más la majestuosidad azul  sin par del lago Tahoe. Pero para los apostadores sin remedio este mundo lindo no existe. Mark volvió  a mirar de reojo el número bajo de créditos que le quedaban, pronto acabaría todo,saldría del casino totalmente limpio de los bolsillos y hasta de la autoestima, con esa amarga sensación de fracaso en el corazón, en el amplio estacionamiento del casino miraría los primeros rayos de  sol, un solo que como c