Sin constanza
Matías se marchitaba en su sillón favorito, la barba crecida de días era la última prueba de vida en él, la cocina extrañaba a Constanza y la sala aún guardaba su perfume como un tesoro especial, aunque añoraba sus pasos ágiles e incansables mientras insistía en ordenar todo en aquella casa de dos.
Ahora solo era de uno.
Matías ya había agotado todas sus lágrimas, había regado muchas sobre la tumba fresca de Constanza.
Cuando él volvió a su refugio de su siempre cómoda existencia y a su rutina, el cielo siguió llorando sobre aquella tumba reciente.
Él había vuelto a casa después del entierro y por costumbre había puesto los raviolis congelados en agua caliente y a calentar la salsa de tomate en un sartén, encendió el televisor para ver el partido de fútbol de los sábados por la tarde, de algún modo había llegado una cerveza hasta su mano izquierda, después ya no supo qué hacer, el tiempo se había detenido.
Constanza se había ido en viernes y Matías no sabía cómo vivir sin ella el resto de la semana, ni los días que le quedaban de vida.
-Ojalá ya no sean muchos- Pensó.
Pablo Velásquez
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