EL REGRESO
El tiempo había jugado tanto con el rostro de la mujer que le había hecho un montón de surcos en la piel que antes brillaba como luz nueva, los ojos lucían cansados y ausentes, y el cabello se le había empezado a pintar con  el blanco de tantos inviernos que había tenido que soportar, el frío de las noches interminables y de la soledad inmerecida terminó  por encorvarle un poco la figura y doblegarle  mucho el alma.
En cambio a él, el tiempo le había ignorado por completo, como si nunca hubiera sido parte de este mundo, tal vez porque nunca se quedó quieto en ningún lugar, siempre estuvo vagando como si lo persiguieran los demonios de un destino que él nunca quiso aceptar, siempre había vivido huyendo de lo que no entendía, los días  se le habían deslizado por las manos sin dejar huella alguna, pero nunca había olvidado a esa mujer que tanto le había dado, y siempre había procurado marcar con migas de pan el camino de vuelta y rezado para que las palomas del tiempo no se las comieran, y estuvieran allí cuando la oportunidad de regresar llegara.
 Tarde o temprano los círculos se cierran  y nos traen de regreso a nuestros orígenes, a los  reencuentros, alegres o tristes pero inevitables.
Había planeado tanto aquel reencuentro, con mucha calma, con toda  la paciencia que solo los aliados del tiempo tienen, ya no era posible un encuentro normal, a él  ya nadie lo recordaba en aquella ciudad, ni siquiera ella que había vivido tanto junto a él, y mucho menos esperaban verlo igual que cuando se fue, así que el encuentro tenía que ser algo casual, y sólo  él  sabría la esencia del mismo.
Había acechado por mucho tiempo la casa vieja que sin embargo había sufrido muchos cambios, tanto como los de sus moradores, al igual que estos también había crecido.
Aquella tarde ella decidió romper su rutina, aunque el viento frío mezclado con un poco de oscuridad y la débil luz del alumbrado público, no era buen aliado para una caminata ella quiso ignorar la televisión que día  a día se robaba sus tardes y sus horas muertas, quiso caminar bajo el cielo gris de un invierno que algo le recordaba, pero que ella no alcanzaba a entender que era, hacía mucho tiempo que no se paraba frente a un espejo para nada, mucho menos para pintarse la boca, para disimular con un poco de polvo esas arrugas crueles que se le habían incrustado en el rostro con tanto rencor, se pasó el cepillo por los marchitos cabellos que solidarios aun enmarcaban su pálida cara ahora inexpresiva, se ajustó el suéter oscuro que guardado en un cajón por mucho tiempo  solo olía a tristeza y a olvido, del mismo mueble extrajo la bolsa azul de piel que un día un hombre le regalara, un hombre que ella sentía familiar pero que ya no recordaba quien era, ahora solo era una confusa mezcla de presentimiento sin figura y sin color que sin saber porque solo despertaba un agradable cosquilleo en el corazón, y un recuerdo que no se quedaba fijo pero que tampoco se iba del todo.
El portón se abrió y una figura femenina salto  a la tarde como expulsada por la rutina, como un regalo sorpresa para una calle vacía, sus pasos mordieron el pavimento frío con timidez al principio, con indiferencia después.
Él sintió que su larga espera había valido la pena.
Allí estaba ella por fin! Mucho tiempo después allí estaba ella otra vez.
Su corazón volvió a latir con aquella endiablada prisa que a su vez le inundaba todo el cuerpo de una agradable emoción, terriblemente agradable. La dejó  avanzar unos metros y empezó a seguirla de cerca, exactamente como lo había hecho hacía muchísimo tiempo antes cuando ambos  fueron unos adolescentes, al igual que entonces ahora tampoco hallaba una forma de abordarla, al igual que entonces solo se limitaba a seguirla por la calle desesperantemente vacía, tan vacía  como su imaginación.
Ella avanzaba con firmeza, con el mismo ritmo con que la noche se posesionaba sobre las deprimentes calles de una ciudad envuelta en una crónica melancolía, avanzaba con la seguridad de los que conocen muy bien su destino, avanzaba con la ansiedad de los que se saben esperados, casi con urgencia, y entonces un mal presentimiento se le anidó  en el corazón a él. ¿Y si iba a encontrarse con otro hombre? Al seguirla tan cerca podía oler el perfume que ella usaba cuando en tiempos pasados escapaba para encontrarse con él,   también acostumbraba hacerlo en las tardes moribundas que la desesperanza se comía con infinita lentitud, él se sintió ridículo, ¿como era posible que tras muchísimo tiempo de estar alejado de aquella mujer aun sintiera celos por ella? Era sumamente ridículo y absurdo! Pero también era verdad que había sido mucho tiempo de estar acechándola, espiándola, escondido como un ladrón esperando el momento oportuno para volver a verla y si era posible hablarle, decirle que era el mismo hombre que había jurado amarla y protegerla siempre, el mismo hombre que desgraciadamente un día tuvo que partir de su lado y el tiempo impidió que volviera para cumplir aquella promesa.
 ¿Cómo explicar tanta ausencia y olvido? ¿Cómo  buscar un poco de comprensión en un corazón que albergó tanto amor por él?  ¿Como saber si no este mismo amor convertido en frustración y dolor al principio no acabó  mutando en odio y desprecio al final?
Toda la ciudad se acurrucó  bajo la pertinaz lluvia y sus moradores en el interior de sus cálidas casas, solo un par de  almas acudían a una cita no programada, nunca acordada, simplemente presentida, tal vez intuida desde la primera vez que sus ojos se miraron con amor mutuo en sus ya lejanas adolescencias, ella solo caminaba sin parar, sin fijarse siquiera al cruzar las calles que aunque vacías aún registraban el solitario paso de algún auto de vez en cuando, nunca volteó  hacia atrás, si lo hubiera hecho quizá hubiera visto al hombre que incansable seguía sus pasos.
Los añejos árboles del parque de la ciudad lucían apabullados por la lluvia y las sombras de la avanzada noche, la débil luz de las viejas farolas  encontraban bastante difícil combatir las sombras que se apropiaban del lugar al igual que lo hacían con el resto de la ciudad, ella detuvo su larga marcha junto a una húmeda banca, tras mirar hacia todos lados como buscando algo o a alguien se sentó y ajustándose su viejo suéter se acogió al abrigo de su paraguas que más de alguna vez alguna impertinente ráfaga de aire frío intentó arrebatarle, el instintivamente se parapetó  tras el grueso tronco de un árbol cercano, un intento un tanto vano pues las tinieblas fácilmente hubieran camuflageado sus oscuras y empapadas ropas, casi sin respirar observó  por algunos minutos que parecieron interminables a la mujer que indiferente al clima, al tiempo y a todo continuaba sentada bajo su paraguas, esperando...
...esperando... siempre esperando…¿Cuanto tiempo había esperado en su  casa? Siempre mirando al final de la calle para captar el momento preciso en que la figura del hombre amado avanzara hasta su encuentro, ella no sabía si este llegaría con el inicio del día, tal vez en uno de esos  atardeceres que ambos amaban y que agarrados de la mano juntos vieron desde la azotea de su humilde vivienda, ella siempre procuro tener café hecho y comida lista por si llegaba en mitad de la noche, o ya avanzada la madrugada y con hambre, nunca se deshizo de su ropa que invariablemente lavaba junto a la de ella y los hijos, aunque nunca nadie la ensuciara, siempre estuvo lista para cuando él regresara, al igual que sus zapatos, su sombrero y su guitarra.
Él miró  su reloj, este marcaba las nueve y cuarenta y cinco de la noche, habían pasado por lo menos treinta minutos, ella sentada bajo su paraguas y el escondido bajo las ramas de aquel viejo roble, ambos bajo la inclemente lluvia y bajo el mismo y largamente acariciado  deseo de verse una vez más, el esperaba castigado por los celos que alguien más llegara a encontrarla...ella, solo lo esperaba a él.
Con el paso de la noche también había arreciado el frio, y a  ella el viejo suéter oscuro ya solo le abrigaba los recuerdos que guardaba en su corazón, la lluvia no había cesado ni un segundo, pero tampoco su esperanza de verlo aparecer en cualquier momento, su corazón le había dicho que aquella lluviosa noche era la del reencuentro, y este nunca la había decepcionado. Ella no viajaría hacia la eternidad sin verlo aunque solo fuera una vez más. Tal vez él había perdido el camino de regreso a casa pero aquel parque había quedado grabado en sus almas, ellos habían jurado encontrarse en aquel mismo lugar a pesar de todo, hasta de la misma muerte si era posible, y ella vago muchas veces por aquel lugar, entre las flores de primavera, o pisando las hojas muertas de otoño, aún por el frío sin piedad del invierno, y también por la risa contagiosa de los chiquillos en verano, siempre busco su rostro amado entre todas estas cosas, nunca lo encontró, pero esta noche lluviosa  le había asegurado que él estaría allí esta vez.
Él se cansó de desafiar el frío y la oscuridad, ni una sola alma caminaba por aquel inundado parque solo la fantasmal figura femenina permanecía  aferrada a la banca, con pasos inseguros salió de su escondite, solo atinó a pararse junto a la mujer que incrédula soltó el paraguas sin importarle más la lluvia, que cómplice y curiosa cesó  de repente, tal vez quiso dejar de lado todo para atestiguar aquel momento también, ambos estaban parados uno  frente al otro, sin decir ni una palabra, el viento también detuvo su loca carrera y permaneció expectante, no había palabras pero con  sus miradas se devoraban con amor mutuamente, sus corazones saltaban tanto que amenazaban salir  de sus pechos, fueron sus manos las que iniciaron el contacto tímidamente, primero las puntas de sus dedos, después estos se entrelazaron por completo y sus cuerpos ya no pudieron más, se abalanzaron uno contra otro con premura salvaje, con todas las ansias reprimidas de tanto tiempo. Se fundieron en un abrazo largo que no encontró palabras pero ignoro todo el universo alrededor de ellos, ella hundió la cara en su pecho, y el beso sus cabellos húmedos y fragantes como siempre, él sintió en su mojado pecho las tibias lágrimas emocionadas de ella, ella sintió revivir todo su cuerpo con el calor masculino que tanto tiempo había extrañado.
Él le busco la cara para preguntarle:
-Como sabias que vendría hoy?-
Ella no contestó.
Sus ojos inundados por el llanto contrastaban fuertemente con la sonrisa enorme y feliz que iluminaba toda su cara, como si hubiera sido la cara de la luna llena.
El siguió formulando pregunta tras pregunta, quería saber tantas cosas!
Ella permanecía callada, tan callada como el viento y la noche, y solo las gotas que escurrían por las ramas y hojas de los árboles se podían oír.
El la separo dulcemente y agarrando su cara adorada entre sus manos busco sus ojos con desesperación, un amargo presentimiento le había empezado a morder el corazón sin piedad, el vio los ojos de ella indescriptiblemente llenos de felicidad, pero totalmente ausentes de todo lo demás, su cuerpo que temblaba sin parar en parte por el frío y en parte por la emoción del encuentro, sus manos tibias pero laxas, su suéter mal abotonado dejaba ver un cartel que colgaba de su cuello, apenas alumbrado por la luz de un farol, el cartel era pequeño pero claro...
-NOOOO!-
El grito desgarrador nacido en lo más profundo de su ser rompió el silencio de la noche.
El presentimiento se había vuelto realidad, una realidad tan cruel y devastadora que lo hizo caer de rodillas, y con estas hundidas en el lodo y aferrado a la cintura de la mujer que  por tanto tiempo dejara en las distancias, nunca en el olvido, solo atinaba a pedir perdón una y otra vez... ahora era él quien se desbarataba en llanto, y no de alegría , este era de auténtico dolor, dolor que simplemente le derretía por completo, le mataba lentamente, los sollozos y el llanto le hacían temblar  sin parar, sus lágrimas  tal vez eran más abundantes que la misma lluvia, la cual terminó  por marcharse toda adolorida y compungida.
Ella seguía ausente de todo, menos de él, con mucho amor hundía sus dedos de piel marchita  en los cabellos del hombre que abatido por el dolor de la realidad permanecía aferrado a su cintura para no caer totalmente, el ya no sentía fuerzas y una vez más como tantas veces lo hizo en el  pasado se apoyaba en ella, en ella que ausente de todo aún estaba allí para sostenerlo con su fe y con su amor, con su esperanza inquebrantable, con su fortaleza que quizá nadie notara pero que siempre estaba allí, para apoyar y defender a los que amaba, aunque ella ahora era más indefensa que un pájaro sin nido, y al igual que este solo le quedaban las alas de la esperanza.
El levanto su cara bañada por el llanto para buscar la de ella, acaricio y beso con devoción casi religiosa las manos que nunca se cansaron de esperarlo, no podía dejar de adorar a aquella mujer que había perdido la memoria de todo, se había olvidado hasta de hablar, pero nunca de esperarlo.
El cartelito era simple y escueto.
“La portadora de este mensaje sufre de alzhéimer, no puede hablar, favor de comunicarse a los siguientes teléfonos..... si se le encuentra en la calle. Gracias.
Pablo Velásquez.

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