Azar mortal.


Las dilatadas pupilas en lo ojos azules de Mark denotaban la desesperante ansiedad que lo consumía por completo, a su lado un cenicero totalmente lleno de colillas y cenizas de cigarros, gritaban que la noche había sido larga, su mano derecha tiraba de manera automática de la palanca  de la máquina traga  monedas, el casino estaba lleno como siempre, a pesar que la madrugada estaba por terminar, pronto saldría el sol en el norte de Nevada y se filtraría en sus bosques encantadoramente verdes y hermosos, pero sobre todo aquel sol nuevo descubriría  una vez más la majestuosidad azul  sin par del lago Tahoe.

Pero para los apostadores sin remedio este mundo lindo no existe.

Mark volvió  a mirar de reojo el número bajo de créditos que le quedaban, pronto acabaría todo,saldría del casino totalmente limpio de los bolsillos y hasta de la autoestima, con esa amarga sensación de fracaso en el corazón, en el amplio estacionamiento del casino miraría los primeros rayos de  sol, un solo que como cada  día insufla nuevas esperanzas en el corazón de los hombres, menos en el del deprimido Mark que ahora tenía otros planes.

Esa maldita escena se había vuelto tan común en la vida del jugador que ya no sabía si la odiaba o la amaba, porque inexplicablemente la repetía una y otra vez.

Aquella máquina traga monedas ofrecía como premio mayor un millón de dólares, pero cada vez que Mark tiraba de la palanca, se gastaba cien dólares.

Con la ansiedad escurriéndole por todo el cuerpo en forma de sudor frío y pegajoso y con el corazón latiendo

 a una velocidad increíble Mark comprobó que solo le quedaban tres créditos, trescientos dólares, para comprarse un millón de dólares o la muerte porque Mark había decidido que al tomar los cuarenta y cinco mil dólares de la nómina de la empresa para la que trabajaba como administrativo aquella noche ya no habría marcha atrás, o regresaba a casa con un millón de dólares y con la vida transformada o terminaba para siempre con aquella sensación de vacío y  fracaso sin fin.

En la guantera de su carro una vieja pero aún funcional y pavorosa colt 44 lo esperaba.

La única herencia de su padre lo ayudaría a librarse para siempre de aquellos amaneceres fríos y sin esperanzas, de aquel maldito vicio que se le había arraigado tanto en el alma que ahora lo hacía vivir como un fantasma, viviendo solo de noche, entre el humo asfixiante de otros que como él también quemaban en cigarrillos sus anhelos y sus vidas, entre el sonido apenas perceptible pero prometedor de las máquinas traga monedas y el siempre cruel desenlace de fracaso.

Mark paró por un momento mientras exhalaba una larga bocanada de humo espeso imaginó que junto con aquel cigarrillo, y sus tres últimos créditos  se acabaría  también su vida desgraciada, en su auto la colt 44 esperaba fría y letal.

Mark jaló una vez más la palanca de la máquina como lo había hecho incontables veces aquella noche, y al igual que las otras tantas los números y signos bailaron en la línea de gane sin ningún resultado positivo, solo burlándose  de las ilusiones y ansiedad del hombre, ahora solo quedaban dos oportunidades y todo acabaría, jamás en su larga vida de jugador había hecho tantas pausas, y tan largas entre uno y otro tiro, pero ahora las estaba haciendo sin darse cuenta, tal vez era el instinto de alargar su vida,o quizás solo era la necesidad de nicotina que su sangre reclamaba,pues en cada pausa que hacía fumaba con desesperación el cigarrillo que también ya se terminaba.

Con una suavidad inusual en él- que siempre jalaba con brusquedad los brazos del azar de aquellas burlonas  máquinas- tiró el penúltimo crédito y uno a uno se fueron formando sobre la línea de gane y en el color preciso los tres sietes que le regalarían un millón de dólares y le  abrirían las puertas del paraíso  terrenal.

¡Mark no lo podía creer!

Ese era el momento que él había esperado prácticamente  toda su vida.

Ahí estaban perfectamente alineados el siete rojo, el blanco y el azul y por si aún no lo creía posible, la música estruendosa de la máquina loca se encargaba de anunciar en todo el casino que ahí había un ganador total.

El sudor odiosamente frío que segundos antes le había invadido el cuerpo y el alma se le transformó en un calorcito  agradable y cosquilleante que le hizo florecer en el rostro, primero una sonrisa plena de triunfo y después, en el momento que quiso levantar sus brazos para festejar, un dolor agudo en el pecho se lo cambió por una mueca espantosa de desconcierto e incredulidad, sus manos que buscaban las alturas solo llegaron hasta su pecho donde intentaron atrapar la desconocida  causa que le ahogaba el corazón y le robaba la vida que finalmente lucía prometedora, sus piernas tampoco respondieron a la orden de ponerse en pie, y angustiosamente se derrumbó a un costado, y al mismo tiempo que se incrementaba  el sonido alegre de la máquina que lo anunciaba como ganador, también aumentaba el dolor en el pecho y la oscuridad que como un monstruo hambriento lo empezaba a devorar, después junto con el  dolor cesó la algarabía a su alrededor  la desesperación y todo…

El azar es una puta cruel que siempre halla la forma de burlarse de cada ingenuo que la corteja.

Afuera empezaba un nuevo día, radiante y bello, adentro Mark amanecía a la eternidad.

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