Siervo de Dios.

La iglesia lucía más limpia que nunca aquel domingo por la mañana.
Baldomero Mejía, el enorme hombre que fungía como pastor de la congregación  de aquel pueblo, saludaba con sonrisa contagiosa a cada una de las ovejas de su rebaño, cuando tocó el turno a la aún guapa viuda doña Valeria Rosas, esta se desbordaba de felicidad mientras abrazaba fervorosamente a su pastor, tan emocionada estaba que no se dio cuenta que su nieta Estrellita, una nena de seis años, se aferraba con desesperación a su falda, y temblaba como una hoja de árbol ante el embate inmisericorde de una poderosa tempestad, sus ojos se abrieron escandalosamente en una clara señal de pavor, cuando notó que el pastor ahora se dirigía a ella, y en el momento que el hombre posó su tosca mano sobre su cabeza, Estrellita simplemente ya no soportó más, y una delicada línea líquida empezó a escurrir por sus piernas, mojando su ropa interior, sus zapatos y hasta el suelo que pisaba y hasta se hubiera desmayado de no ser porque la mano derecha de Manuelito Zapata el chico de escasos trece años,  le sostuvo por la espalda, mientras con la mano izquierda  retiraba con decisión la odiosa mano de Baldomero del pelo de Estrellita, y solo por un momento que pareció eterno, las miradas de los dos hombres chocaron con la misma fuerza de dos mundos en colisión directa.
Ese mismo día en la tarde, cuando Baldomero descendía de su auto para hacer su acostumbrada visita dominical a doña Valeria, pero más que nada a Estrellita, la aún infantil figura de Manuelito se le volvía a atravesar.
-Yo no lo juzgo pastor, por las atrocidades cometidas contra la nena, eso le tocará a Dios, yo nomas lo voy a encaminar hasta su presencia.
Inmediatamente después la pistola Pietro Beretta 9mm de Manuel Zapata padre ladró tres veces en la mano temblorosa de Manuel Zapata hijo, y el ruin corazón de Baldomero Mejía se hizo pedazos.
...Manuelito caminó despacio por la calle vacía, sus ojos  se encontraron  con los de Estrellita que ahora estaban llenos de una serenidad y paz total, desde la ventana habían atestiguado el fin de aquel monstruo que por algún tiempo la había torturado y aterrorizado, ahora todo eso se  terminaba  para siempre, Manuelito siguió caminando tranquilamente mientras se santiguaba con piadosa devoción, después de todo, él también era un digno siervo de Dios.
Pablo velásquez.

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