Macedonio.
Los ojos del enfermo músico  se posaron sobre el violín que colgado en la descolorida pared,
  poco a poco se llenaba de polvo, ese polvo aparentemente inofensivo, pero lleno de tragedia 
que acostumbra atacar sin compasión a todo lo que se abandona o se descuida.
En la entrada de la humilde habitación, apenas cubierta por una cortina blanca a falta de puerta,
  apareció Petronila, la mujer de Macedonio, en su mano izquierda llevaba un plato hondo con sopa
humeante y de la cual se desprendía un sabroso aroma, y en la mano derecha una servilleta
de tela con tortillas recién hechas.
-Te traje algo pa’ que comas Macedonio, no has comido nada en todo el santo día-.
La cara de Macedonio no acusó ninguna reacción a las palabras de la mujer ni al plato de comida.
-¿Por qué no está mi violín en su estuche?
-Ay Macedonio lo tuve que vender ya no teníamos  ni un peso pa’ las tortillas y todavía debemos
la renta de este mes.
Al mismo tiempo que acercaba una silla a la cama para poner sobre esta los alimentos de su marido,
lo urgió  con palabras dulces.
-Ándale come algo Macedonio, si no te nos mueres por los males del hígado te nos mueres de
hambre-.
Sin hacer caso Macedonio dejó  escapar su mirada triste-reflejo de la profunda depresión que le
comía el corazón- por la ventana y ésta se perdió en las montañas lejanas que parecían incendiarse
en aquel ya avanzado atardecer.
-Macedonio come algo por favor, mira que la sopita de gallina está rica, picosita como te gusta-
Insistió la buena  mujer.
El par de lágrimas que escaparon de los ojos de Macedonio se veían negras, quizás por las sombras
de la noche que poco a poco llegaba, tal vez por que se teñían  de la amargura infinita que había
en el interior del músico.
Hacía ya mucho tiempo que su violín había enmudecido y el hombre que siempre dio alegrías
ahora moría lentamente en el olvido de todos.
La voz todavía infantil de José el hijo del músico irrumpió en la habitación.
-Má, unos señores preguntan por mi pá-
La mujer se incorporó rápidamente y limpiándose  las incipientes lágrimas que amenazaban brotar
de  sus ojos en cualquier momento, salió de la habitación a grandes pasos; unos minutos después
y tras  un ininteligible murmullo en la sala volvió a la habitación de Macedonio.
Esta vez su rostro  brillaba por la emoción y en sus ojos había lágrimas pero ahora eran de alegría.
-Macedonio son unos señores que vienen de Tlacolula pa’ que les compongas un vals en honor a la
virgen patrona de su pueblo.
La cara del músico se fue transformando poco a poco y por primera vez en días se levantó de la
cama sin ayuda de su mujer, sin embargo José corrió a ayudar a su padre, la cara de Macedonio
se iluminó por el orgullo ante el tierno gesto de su primogénito
-¡Hazlos pasar pues mujer!. 
Tras breves saludos y una rápida negociación los hombres de Tlacolula se fueron,
dejando tras de ellos doce pesos de plata que fueron como una bendición para la economía
de aquella humilde familia, un músico recuperado casi por milagro de su enfermedad
y constante depresión, un violín descolgado del olvido y la gestación de una de las piezas
más bellas del repertorio musical mexicano.
La incomparable  ‘’Dios nunca muere’’.
Pablo Velásquez.

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