Bolitas de chocolate.

Dicen que todos tenemos un ángel de la guarda, pero hay seres especiales que tienen dos.
La pequeña Dafne era uno de esos.
Tenía unos seis o siete años de edad, y una sonrisa encantadora, su cabello rubio y ensortijado brillaba
como el sol del medio dìa y la hacìa resaltar en cualquier lugar a donde llegaba, su hermosa carita
 era un imán natural para las miradas.
¡Bolitas de chocolate!  ¡Bolitas de chocolate!
Pregonaba sin parar entre la abarrotada sala de espera de aquella terminal de autobuses, en sus manos
 llevaba una bandeja con olorosas bolitas de chocolate y anís,  envueltas en papel celofán y amarradas
 con listones de colores, en su carita una brillante sonrisa capaz de derretir una estatua de granito.
El chocolate era sin duda excelente, las manos de  Margarita, la vieja negra  hacían  magia con el cacao que
 nacìa igual que ella en aquella prodigiosa tierra de hechizo y encanto, pero eran la gracia y el carisma
ilimitados de la pequeña Dafne la que lograban el èxito continuo en las ventas del producto.
A unos pasos de Dafne, siempre vigilante se podìa ver a Margarita,y sus ojos rebosantes de ternura y orgullo.
De pronto la negra sintiò un fuerte tiròn en el brazo izquierdo, al voltear se encontró con la mirada furibunda
  de Mateo Sandoval, el ex soldado y ex policía federal ahora en retiro.
-A ver pinche negra tonta ¿Cuantas veces debo decirte que no quiero ver a la gûerita en la calle vendiendo
 pendejadas?  ¿No te doy suficiente dinero para que a ella y a ti no les falte nada?
Los ojos llenos de ternura unos momentos antes de Margarita se tornaron suplicantes y con voz nerviosa contestò
 a Mateo.
-No te enojes Mateo, pero es que ella insiste en salir a vender, ¡Hasta llora si no le preparo el cacao!
dejàla chingao, a ella le gusta vender...
Mateo soltó  a la negra Margarita y sus ojos relampaguearon  de manera peligrosa, a unos metros de ellos un
sujeto fingìa interesarse en las golosinas al tiempo que acariciaba la  rubia cabellera de Dafne, los puños del
 ex policía  se cerraron  instintivamente, Margarita màs ecuánime controlò el volcán de furia que estaba por
explotar.
-¡Calmate Mateo!
El hombre pagó por los chocolates que tomó y acariciando una mejilla de Dafne le dijo;
-Dios te bendiga linda nena.
La pequeña Dafne agradeciò con una enorme sonrisa y despuès se alejó retomando su pregón.
¡Bolitas de chocolate! ¡Bolitas de chocolate!
Aquel hombre jamás se  imaginó lo cerca que estuvo de recibir una paliza por tocar los cabellos de la nena.
-Pinche gûerita- murmuró Mateo, al tiempo que su mente  revivià escenas de gritos altisonantes, insultos y
violencia, sucedidos unos seis años atrás, èl y otros cuatro policías  corruptos, se enteraron de la cantidad
 enorme de efectivo y heroìna que una pareja de gringos avecindados en el paìs guardaban en su casa;
no era la primera vez que èl y sus socios ubicaban y robaban a narcotraficantes, pero este golpe se antojaba
como el mejor de todos, si las cosas salìan bien se harían con una buena suma, lo suficiente para retirarse,
con lo que nunca contaron fue que el gringo estuviera acompañado de otros dos pistoleros al momento del asalto,
 y que tanto èl como su mujer dispararan tan bien.
Aùn asì la balacera no tomó màs de quince minutos, pero tres de sus compinches acabaron muertos y el cuarto herido de gravedad, al final solo èl y la mujer quedarían en pie.
A fuerza de tortura la mujer terminó revelando donde guardaban el dinero y las drogas, Mateo supo agradecérselo
con un tiro en la cara para acortar su agonía, en el camino de salida rematarìa también a su malherido cómplice.
-Ni modo cuate, las cosas no siempre salen bien pa’ todos- le dijo mientras le disparaba.
Fue tras el ruido de ese último disparo que oyó el llanto de la bebita al fondo de la arruinada casa.
-¡Vete Mateo! ¡Lárgate!-
Parecía gritar uno de esos demonios que sobre volaban por encima de su cabeza cada vez que disparaba sus armas
 y asesinaba gente.
El llanto de la beba se volvìa más agudo y demandante.
Aquella duda inconcebible en èl, le hizo detenerse y volver sobre sus pasos y sobre todo, tomar una decisión
que le cambiarìa la vida de forma radical  para siempre.
Los ojos azules de la pequeña Dafne le lavaron el corazón de vilezas, desde el primer momento que se vio reflejado
 en ellos, y cuando la  nena le sonrió y le tocó la cara con sus manitas inocentes, aquel torvo asesino se
 transformò  por completo, como si esas manos hubiesen sido las de un santo, las de un redentor.
Con una mochila repleta de dinero a su espalda y una linda nena en sus brazos Mateo abandonarìa el lugar donde
 se cometiò la última de sus fechorías.
Días después, en otra ciudad, en otro estado,una vieja prostituta, la negra Margarita tambièn recibiría un toque
de gracia para su redención.
La mujer recibió de manos de Mateo la angelical criatura con la encomienda de cuidarla y la garantìa de que
jamás tendrìa que preocuparse por nada el resto de su vida.
Mateo abriria una tienda de abarrotes al otro lado de la calle, solo para justificar sus ingresos y para vigilar
 de tiempo completo, a la vieja y a la nena desde una distancia prudente.
¡Bolitas de chocolate! ¡Bolitas de chocolate!
La nena seguìa ofreciendo sus dulces sin ninguna preocupación, sonriendo feliz, como si supiera que contaba con
 un par de ángeles guardianes, que aunque viejos seguían con atención cada uno de sus movimientos desde cerca.
Margarita, la vieja y negra  ex prostituta, armada con su paciencia y amor infinitos.
Mateo, el viejo gruñón, ex asesino y ladrón con una cara de pocos amigos y una metralleta Uzi bien disimulada
bajo su chaqueta.
Si, aquellas personas habían sido redimidas y asignadas a la protección de la bella huérfana Dafne.
¡Bolitas de chocolate! ¡Bolitas de chocolate!

Comentarios

  1. Unas simples bolitas de chocolate nunca tuvieron tanto significado como en esta historia de muerte y redención.

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