La fotografía.
La fotografía.
La plaza de esa ciudad extraña saludó a Joel con mucho afecto, como si le conociera desde siempre, sus olores adornados con cotidianidad - para que no los identificara, o quizás porque ya se les
había olvidado su propia esencia- le
abrazaban con entusiasmo, los recuerdos
de gente que ya se había ido le guiñaban sus ojos de hojas secas,
desde cualquier rincón, sus árboles
antiguos y retorcidos intentaban tomar su mano al paso con sus ramas musgosas.
Había manejado por horas
para llegar hasta ese pueblo fantasma, ahora los grises edificios le
rodeaban mientras le susurraban la
ingratitud de aquellos que les dieron forma y razón de ser y después en
unas pocas semanas les habían abandonado sin piedad.
A Joel la nostalgia por
lo desconocido le exigía respuestas,
y él
quería hallarlas para ofrendárselas;
el sol que se iba le lanzó su última mirada llena de fastidio.
Sus pasos por la
empedrada avenida principal sonaban más fuerte de lo común, como si quisieran despertar otros pasos que alguna vez fueron, como si quisieran gritar al pueblo que no todos lo habían olvidado, como si
intentaran detener esos pasos que alguna vez salieron presurosos para
nunca más volver.
Joel seguía caminando,
ignorando las advertencias de la noche joven y sus estrellas que desde lejos le
miraban expectantes, en alguna casa de
las últimas, formada al final de la
avenida, tendría que haber una con
habitaciones oliendo a lavanda, con chimenea grande y amigable, aunque ya no danzara el fuego vivo, solo el imaginario, desde sus ventanas altas se podría mirar el resto
del pueblo y la campiña escasamente poblada por arbustos necios, en alguna de
esas paredes ahora pobladas por telarañas y polvo estaba lo que él había ido a buscar con tanta urgencia.
De pronto la luna
llena demostró ser una buena aliada, asomó su cara indiferente y con calma señaló la casa indicada, la puerta
de entrada estaba totalmente abierta, de par en par como si todo ese tiempo le hubiese estado esperando, Joel extrajo de los
bolsillos de su abrigo una lámpara de mano y la luz amarillenta invadió la sala
derruida e hizo huir un roedor que jamás
esperó ser importunado aquella noche, las arañas en las paredes simplemente le
ignoraron, cualquier otra persona hubiera abandonado el lugar lo antes posible,
tal vez ni siquiera hubiera ido, menos
en la noche, pero Joel experimentó esa sensación que todos tenemos al volver a
casa, al volver a lo conocido y a lo que amamos, tuvo ganas de sentarse en los
destruidos sofás, de prender la chimenea
y platicar con alguien querido al calor del fuego, con una inesperada sonrisa observó al fondo
la cocina, por un momento su nariz rememoró sabrosos aromas y hasta pudo
ver una amorosa mujer sacando de la estufa guisos únicos,
también creyó oír risas y
gritos de felicidad…
La realidad le jaló una oreja y lo volvió a la normalidad, le mostró lo mismo que la luz
de su linterna de mano, allí no había más que abandono y
suciedad, olvido y tiempo dormido, Joel volvió
a su objetivo original, en una de las recamaras de arriba estaba lo que había ido
a buscar; con cuidado empezó a pisar los escalones de una escalera podrida que
a cada paso amenazaba derrumbarse, arriba descubrió que la luz de la luna seguía
la vieja
costumbre de jugar en la cama que
ahora tenía para ella sola, la muy picara intentó también ocultar lo mismo que
el polvo de aburrimiento ya hacía; una vieja fotografía
que increíblemente aún permanecía colgada
en la pared de madera, colgada igual que un Jesucristo que espera redimir
desconocidos.
Afuera la amplia avenida seguía caminando hasta la misma
boca de la mina abandonada, hasta la mina donde seguían cavando los fantasmas
de siempre, los fantasmas que un día decidieron correr a todos los humanos de aquel
pueblo, aquel pueblo abandonado que también se hizo fantasma.
Joel decidió quedarse junto a la luz de la luna sobre la
cama vieja, pasaría la noche abrazado por los recuerdos de antepasados que
nunca conoció, antepasados que hablaron otros idiomas, y que fueron siempre
inmigrantes, nómadas de todos los
tiempos, pioneros en ruedas de madera,
arrastrados por sueños de metales preciosos, mineros de tierras siempre vírgenes.
Con el dorso de la mano limpió con cuidado el polvo de
siglos que se acumuló sobre el vidrio que supo defender la imagen de un hombre
de ojos tristes, ahora esa mirada triste parecía transformarse en una mirada de
agradecimiento mientras se reflejaba en los ojos de Joel, agradecimiento por
haberlo rescatado del olvido, del tiempo y de aquel pueblo abandonado.
El pueblo fantasma se volvería a quedar en la bruma del
tiempo y en el polvo del olvido.
Al amanecer Joel abandonaría el pueblo otra vez, solo llevaría consigo
aquella fotografía descolorida y
agrietada, nadie sabría que esa fotografía llevaba años apareciendo en sus
sueños y hasta en sus noches de insomnio, suplicando ser rescatada, nadie sabría que ese
hombre triste en la foto y él llevaban el mismo apellido y la misma sangre, menos sabrían que cuando Joel se miraba al
espejo sonreía como un loco al saber que había una fotografía de siglos con su
misma cara de tristeza eterna.
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