El tío Martin.


El tío Martín durmió tantas noches de su vida con la Biblia como almohada que ésta, se le
 incrustó en la memoria sin perder una sola de sus letras, lo malo que también se le impregnó
 ese olor a libro viejo que ni toda el agua del río puede borrar ahora, y que la gente rehuye
 por instinto.
 El tío Martín ya camina despacio, aunque lo hace con tres piernas, pero ni con cuatro ojos
 ve bien por donde va, casi siempre se le olvida el camino que lo regresa a su templo y su
 jacal, aunque son las mismas calles que ha caminado  toda su vida.
Hoy ya duerme en su hamaca, en el traspatio del templo, ya no  necesita tomar esas siestas
 a orillas del cañaveral para tener sueños dulces al mediodía.
Su templo permanece abierto todo el tiempo y los servicios religiosos se dan a la hora exacta,
 aunque nadie los atienda, bueno, en realidad por sus puertas y ventanas entran el aire tibio
 de las mañanas y el sonido socarrón de las campanas de la iglesia católica cercana, ese es
 un barrio de dios, aunque lo habite gente sin corazón, por supuesto, al servicio nocturno
 acuden las luciérnagas de la barranca llena de monte,  que empieza más allá de sus bardas,
con sus velas encendidas, estas siempre han sido sus vecinas y adeptas.
Para el tío Martín yo soy Saulo, porque aún persigo cristianos y el señor aún no ha legitimado
 mi nombre reprendiendo mi actuar, a veces soy Jonás, porque también soy un hombre de poca fe.
El tío Martín no tiene hijos porque sólo  probó una vez la manzana del pecado, lo hizo
 de las manos, los pechos y la boca  de Eva, la joven mujer del anciano pastor que lo inició
en los caminos de Dios, en las noches cuando el anciano dormía  Eva abandonaba la cama
 matrimonial y  lo paseaba por los senderos de la lujuria y el pecado, así que en las horas
negras del diablo,  ellos se empapaban de sudor, gemidos y placer  en el día luminoso del señor,
 se daban tiempo para evitar sus miradas, ayunar y pedir perdón por sus transgresiones.
El tío Martín cree firmemente que es su adorado Dios el que le paga cada semana a lupita
 por el café con piloncillo y canela, y  los huevos fritos del desayuno, los platos de algún
 guisado picoso con carne y tortillas calientes del almuerzo y la cena, él está seguro que es
 su dios el que proveé, y ya no le permite ayunar por que ha perdonado sus pecados,
cree que el señor  ya le tiene un lugar en el cielo, él no sabe que la burocracia divina es
 la más estúpida de todas las que hay.
El tío Martín se irá una de estas noches, abandonará su templo vacío y su jacal lleno
 de rezos y versículos santos, dejará de perderse entre calles de tierra y perros vagos
 para caminar  entre estrellas y sin bastón, se irá acompañado de sus luciérnagas adeptas,
 su viejo ventilador junto a su cama disipará sus recuerdos tortuosos y su olor a libros viejos,
 sé muy bien que será durante la noche, porque la luz del sol que acaricia a los humanos normales,
 jamás se dio cuenta que el existió.

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