La vendedora

La vendedora.
Ella no sabia que había mas allá de las montañas, de los rojos techados y calles retorcidas  que armaban su pueblo como si fuera un enorme rompecabezas, tampoco sabia que otra gente hablaba otros idiomas y que eran capaces de sobrevivir a la nieve y al frió intenso, porque no conocía ni la nieve ni el frió intenso, por supuesto, tampoco sabia que era la depresión, no había leído nada de Kant o de Nietzsche, porque ni leer sabia.
Lo que ella si sabia, era sonreír y vender flores, desde siempre había vendido flores y regalado alegría por todo el pueblo.
Sus primeros pasos los había dado en el invernadero y sus primeros balbuceos tuvieron perfumes de rosas, de margaritas, de gladiolas y de otras flores mas.
Sus ojos se abrieron para llenarse de colores, de todos los colores de las flores que casi a diario nacían junto a ella, por eso sus ojos tenían todos los colores y por eso eran capaces de pintar el alma de todos los que alguna vez se reflejaron en ellos.
El ritmo de su voz era copia fiel del susurro de los botones a punto de reventar que platicaban con el viento que bajaba a visitarlos desde las montañas.
Si, ella sabia vender flores,  era muy buena vendedora, vendía muchas, aunque en el cesto que pendía junto a su largo cabello negro nunca se agotaban, era como si a cada instante le nacieran mas en las manos pequeñas pero activas que tenia, era como si mágicamente le brotaran en la piel morena y tersa que forraba su bellisima alma.
Ella era el único evento que bajo un sol radiante o a pesar de la lluvia juguetona nunca faltaba.
Ella era esa bendición perfumada que en el pueblo siempre nos sorprendía.
Y una tarde ya envejecida, casi moribunda, su joven y salvaje belleza se encuentra de frente con un hombre de esos que nacen por instinto, de esos que nacen del pecado y para pecar, del mal y para el mal...
Las flores quedaron regadas, rotas y sucias, abrazadas por un lodo que también lloro, como lo hizo el cielo y todo el pueblo.
En el invernadero las flores se marchitaron como por una maldición y ya no volvieron jamas.
Ahora en el cielo una angelical vendedora lleva un cesto lleno de estrellas, su sonrisa brilla mas y vende en una comunidad sin calles retorcidas, sin tardes moribundas y lluviosas, sin hombres malos y sin fin.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Sin constanza

Bolitas de chocolate.

Esos Dias