El tío Martin.
El tío Martín durmió tantas noches de su vida con la Biblia como almohada que ésta, se le incrustó en la memoria sin perder una sola de sus letras, lo malo que también se le impregnó ese olor a libro viejo que ni toda el agua del río puede borrar ahora, y que la gente rehuye por instinto. El tío Martín ya camina despacio, aunque lo hace con tres piernas, pero ni con cuatro ojos ve bien por donde va, casi siempre se le olvida el camino que lo regresa a su templo y su jacal, aunque son las mismas calles que ha caminado toda su vida. Hoy ya duerme en su hamaca, en el traspatio del templo, ya no necesita tomar esas siestas a orillas del cañaveral para tener sueños dulces al mediodía. Su templo permanece abierto todo el tiempo y los servicios religiosos se dan a la hora exacta, aunque nadie los atienda, bueno, en realidad por sus puertas y ventanas entran el aire tibio de las mañanas y el sonido socarrón de las campanas de la iglesia católica cercana, ese es un barr