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El jardin de la loca

El jardín de la loca. Los árboles y arbustos crecían sin recato, salvajes; las flores imitaban todos los colores, los más alegres o excitantes eran los más repetidos, los pájaros habitantes y visitantes solo vivían para competir en cantos y en el colorido de sus plumajes. Solo la lluvia aterrizaba suave y conciliadora, abrazaba con ternura el suelo sediento e intercambiaba humedad y paz frágil por fragancias y frutos maduros de todos los sabores, después volaba despacio como ave cansada y se refugiaba en las montañas cercanas, hasta otra tarde asfixiada por la sed. Mi infancia, mi imaginación y yo nos quedábamos trepados en el árbol único con ramas pobladas de hojas, estrellas y sueños, acechados por el sol caliente o empapados por la lluvia fresca, daba igual, estaban esos días que no había nada mejor que hacer que observar y disfrutar el jardín de la loca. Aunque esta ya se había ido hacía muchísimo tiempo del pueblo, siguiendo el curso del río vago y encantador, en su derruido refug